El Cannes del gueto

De 10/9/13

Cine

El Cannes del gueto

El Cannes del gueto

No hay alfombras rojas, ni limusinas y desde luego no hay celebridades luciendo los últimos modelos de Dior, Chanel o Valentino. El Slum Film Festival es un modesto certamen de cine que da voz a aquellos que nunca fueron escuchados y que pone detrás de la cámara a los mismos que están delante de ella: jóvenes que viven en Kibera y Mathare, dos de los suburbios más grandes de Nairobi, y que quieren contar historias de su casa, del lugar que les vio nacer y que no se siempre les ha tratado bien.

"Todo el mundo tiene historias que explicar pero no todos pueden acceder a las plataformas adecuadas para hacerlo", confiesa Josphat Keya, coordinador de proyectos de Hot Sun Foundation y uno de los promotores del festival, que este año cumple su tercera edición. "El objetivo del festival es cambiar la imagen estereotipada de los suburbios a través del cine", explica el Embajador de España en Kenia, Javier Herrera, que vive el proyecto como propio debido a que la Embajada es la fundadora del evento. "Más allá de la pobreza y la delincuencia también hay grandes creadores capaces de producir las historias más hermosas".

David, de 22 años, es uno de los cineastas que presenta su corto a concurso con un argumento basado en sus experiencias personales. Titulado 'Watiaje', que en swahili significa algo así como "vecinos entrometidos", cuenta el calvario que vive un joven que es denunciado por sus vecinos porque lleva un ritmo de vida demasiado ostentoso para ser alguien que vive en Kibera. "Trabajo muy duro y he ganado cada centavo de forma legítima", explica. "Mis vecinos creían que era un traficante de drogas o que estaba involucrado en actividades criminales porque no entendían que pudiera comprarme ropa nueva o salir con mis amigos". Su pasión es el cine, pero sus padres no le ven a futuro a una profesión que todavía está poco reconocida. "Mi familia quiere que estudie Medicina y ya me han matriculado en la universidad, así que puede que la semana que viene no esté aquí".

Las proyecciones, que han durado una semana entera, se realizan en los mismos suburbios. En Kibera el escenario se ha montado en un descampado que hay junto a la vía del tren, la única vía del tren del país para más señas, en una ubicación equidistante de todos los rincones del 'slum' y fácilmente localizable tanto para vecinos como para visitantes, aunque de estos últimos no haya muchos. Por la tarde hay conciertos, concursos de baile y batallas de 'freestyle' para atraer al mayor número posible de espectadores, una tarea complicada pero exitosa si se tienen en cuenta los 20.000 asistentes de las pasadas ediciones.

Unas 200 personas, la mayoría niños, se congregan alrededor de la pantalla hinchable para presenciar el inicio de las proyecciones del día. No hace falta apagar las luces porque el escenario es al aire libre y la puesta del sol marca el comienzo de la sesión. El primer vídeo de la noche es un documental sobre la violencia de género en Zambia. Apenas transcurridos cinco minutos los organizadores empiezan a pasarlo a cámara rápida porque nadie le presta atención. "El público es también jurado y si no les gusta lo que ven se marchan", comenta Roy, otro de los organizadores. "No están acostumbrados a ver documentales con estadísticas y entrevistas, quieren un hilo narrativo que puedan seguir".

El plato fuerte de la noche es otro documental, 'Los chicos del mañana', codirigido por Javier Moreno, en el que dos artistas españoles viajan a la India para dirigir una obra de teatro cuyos protagonistas y guionistas son los niños del orfanato Estrella del Mañana de Bombay. La historia, sencilla y enternecedora, se centra en la importancia de la educación como motor de cambio, un mensaje simple capaz de llegar a los espectadores porque también Kenia afronta el reto de garantizar una educación de calidad para sus jóvenes.

Acabado el pase del día, el descampado se vacía y poco a poco todo vuelve a la normalidad. A la mañana siguiente los puestos callejeros volverán a abrir, los niños irán a la escuela y la gente de Kibera y Mathare volverá a enfrentarse a su difícil rutina diaria sabiendo que, si bien sus vidas son las mismas, al menos alguien se ha molestado en escucharlas.

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