El Rototom cumple veinte años

De 20/8/13

Música

El Rototom cumple veinte años

El Rototom cumple veinte años

Benicàssim no es lugar para corazones de piedra del 17 al 24 de agosto. La ciudad de los festivales se convierte en una suerte de zona franca donde imperan tres máximas: paz, amor y unidad. Los preceptos del reggae que desde hace 20 años un grupo de italianos proclama durante una semana de intercambio cultural en el festival Rototom Sunsplash. “La música es solo la banda sonora de esta pequeña comunidad que cree que otro mundo es posible”, dice Filippo Giunta, director de la cita.

Un lugar donde Rigoberta Menchú inventa un cuento ancestral para niños en un recinto denominado Mágico Mundo y dos horas más tarde se sienta frente a los padres para contarles que 21 años después de recibir el Premio Nobel de la Paz aún persiste en la lucha por una cultura pacífica. “La conciencia universal sobre los problemas globales, la autoestima que hará que la creatividad prevalezca y el cultivo de la salud espiritual, social y física contribuirán a la esperanza y nos evitarán navegar por la oscuridad”, planteó esta indígena quiché de Guatemala, ingeniera de puentes entre pueblos forzada por el exilio, premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional en 1998.

La visita de Menchú sucede a la del sociólogo Zygmunt Bauman la pasada edición o a la de la también Nobel Shirin Ebadi. En las 41 hectáreas por las que se despliega el festival domina un escenario principal donde cada año las viejas glorias y los nuevos talentos del reggae amenizan las veladas, pero donde también hay hueco para el foro social, una universidad especializada en este género musical, talleres de circo o yoga, la artesanía, áreas infantiles… Hay incluso una pequeña aldea africana con chozas de adobe cuyos habitantes dan clases de baile todas las mañanas en la playa. “En la mayoría de los macrofestivales lo importante es cómo esté el artista, con grandes zonas vips y comodidades”, opina el director. “Aquí nos interesa el público. Los músicos vienen a trabajar y su ambiente debe ser acorde”.

Giunta, con la ayuda de Claudio Giust, director de marketing, y Sabrina Trovant, directora artística, entre otros, fundaron esta cita hace 20 años en Gaio de Spilimbergo, una pequeña localidad al norte de Italia. Hace cuatro se trasladaron a España “perseguidos”, dicen, “por la peligrosa política de Berlusconi y sus aliados de la Liga Norte”. Las proclamas nacionalistas de los socios de Il Cavaliere que circunscribían Italia para los italianos poco tenían que ver con una iniciativa que se sustenta en principios multirraciales. “Un festival que se va de un país siempre es sospechoso”, reconoce Giunta. “El alcalde de Benicàssim en aquel momento supo comprender que no se trataba de un problema de drogas, sino político”. Rototom pasó a la lista negra de la ley Fini-Giovanardi que abolió la distinción entre drogas blandas y duras. ¿Han conseguido quitarse la etiqueta de marihuana, reggae y rastas? “En este festival, como en todos, hay porros, y aquí en España esto no ha escandalizado a nadie”, asegura el director. “No se consumen drogas químicas, ni cocaína, la gente está mucho más relajada. No hemos tenido una pelea en 20 años. Me parece significativo teniendo en cuenta que juntamos una media de 200.000 personas en ocho días”. “El buen rollo y la filosofía que tratamos de inculcar se contagian enseguida”, apostilla Giust.

En esta ocasión, sus expectativas auguran récord de asistencia: 30.000 personas al día hasta sumar las 200.000 totales, un 30% más que el año pasado. “El público nos ha permitido superar graves problemas como la subida del IVA cultural y la falta de acuerdo con los propietarios de los terrenos del camping”, dice Giunta. El pasado julio, durante la presentación de esta edición dedicada al amor, los responsables del Rototom sembraron la duda. Ninguna autoridad les había recibido —“Todos estaban pendientes del futuro del FIB”, aseguran los organizadores— y veían peligrar la permanencia de la cita. “Por suerte, fue decirlo delante de un micrófono y a la semana siguiente todos los responsables políticos nos llamaron”.

Aunque presumen de que más del 90% del festival se financia con la venta de entradas y abonos, los fundadores reclaman el apoyo institucional como parte de su política de “integración con el territorio”. Giunta y sus compinches no solo se trajeron a España el mayor festival de reggae de Europa, sino que en la maleta incluyeron sus enseres. Desde hace cuatro años residen en Benicàssim practicando lo que denominan la filosofía del kilómetro cero: “Todo proviene de la zona. Trabajamos con empresarios del lugar, compramos en las tiendas del pueblo, hemos acondicionado el acantarillado del recinto para no tener que usar baños químicos, como la mayoría de festivales, lo que además nos permite tener agua potable”.

Rototom cuenta con zonas verdes y fuentes: “El agua es un derecho, no un negocio, no vamos a cobrar tres euros por una botella”. La cerveza cuesta dos euros y se pueden comprar bebidas alcohólicas por cinco. “Hemos establecido una política de precios justos con los chiringuitos que se instalan en el festival”, cuenta el responsable de marketing. “Tampoco vivimos de las barras con precios prohibitivos. No hay vallas con patrocinadores, la mayoría de multinacionales no son éticamente compatibles con nuestros principios, así que los bancos están descartados, las empresas de coches que trafican con armas también y no verás carteles de Coca-Cola”.

El censo del Rototom se compone de jóvenes amantes de la cultura reggae, padres y madres que no renuncian a esta filosofía y además la comparten con sus hijos, y veteranos que reniegan de enseñar el DNI. Ocho de cada 10, según estimaciones de la organización, son extranjeros. Y los italianos, los primeros pobladores del festival, acuden en mayor porcentaje pese a los 2.000 kilómetros que los separan de casa. Un público fiel y protagonista de la memorabilia de los fundadores. En el balance de estos 20 años hay un lugar destacado para la respuesta que obtuvieron de sus seguidores en 2002, cuando el escenario principal voló por los aires por culpa del clima y el futuro del festival se tornó gris. “Al año siguiente vendimos tantas entradas anticipadas que conseguimos financiar la edición”, recuerda el director. O para los inconvenientes de los primeros años. “No teníamos dinero ni para vallas”, relata Trovant. “No importó, la gente es tan respetuosa que esperaba su turno para entrar detrás de una raya pintada en el suelo”.

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